Todos quisimos ser Raúl

El mundo del baloncesto debería, en alguna ocasión, reconocer todo lo que representa Raúl López.

Alberto Rodríguez (@albertthethin)

No sólo era un niño prodigio. Era una esperanza. Tener noticias suyas, al igual que del resto de su generación, era como abrir las ventanas para que ventile. El baloncesto español atravesaba una profunda crisis en cuanto a la generación de talento. El batacazo de Barcelona ’92, con la dolorosa derrota ante Angola en el Palau Sant Jordi, la negativa de Antonio Díaz Miguel a abandonar el cargo de seleccionador, la asunción posterior del mismo a regañadientes por parte de Lolo Sáinz y mirar a nuestro alrededor. Los integrantes de la antigua Yugoslavia estaban en un momento dulce: serbios, croatas y eslovenos dominaban el continente e, incluso, se marchaban a hacer las Américas. Italia mantenía su nivel competitivo, mientras que Grecia sobrevivía con garbo y coraje a la retirada de Nikos Galis. La Unión Soviética se disolvió, pero tanto Rusia como Lituania, los dos estados que más nutrían a la selección nacional, continuaron su progresión ascendente en el mundo de la canasta. España, sin embargo, estaba huérfana. Los Montero, Villacampa, Herreros, Angulo, Jofresa, Andreu, De Miguel, Orenga y Ferrán no terminaban de cuajar. La Selección naufragó estrepitosamente ante China en el Mundial de 1994, dejando escapar una ventaja de más de veinte puntos. El medallero cogía telarañas a una velocidad descontrolada; tan sólo la plata de Francia ’99, cuya consecución supuso un pequeño y breve homenaje a tantos desterrados, pudo maquillar ligeramente la década.

 

Esta situación contrastaba con la salud de la Liga ACB. Los noventa fueron, sin duda, sus años de máximo esplendor. Los patrocinadores llegaban a espuertas. Varios equipos como Taugrés, Estudiantes, Unicaja o León asomaron la patita, comprometiendo varias veces la hegemonía de Real Madrid y Barcelona. La estrella del Joventut se fue apagando poco a poco, a pesar de que logró levantar dos ligas, una Copa de Europa y una Copa del Rey. A la competición llegaron grandes nombres como Bodiroga, Babkov, Djordjevic, Óscar Schmidt, Andre Turner, Michael Anderson, Tanoka Beard, Gerome Mustaf, Michael Ansley, Rod Sellers, Chandler Thompson… pero ningún nacional destacó, salvo contados casos como Herreros, Xavi Fernández o Esteller. Fueron años duros para los interiores: jugadores como Alfonso Reyes, Juan Antonio Orenga o Iñaki De Miguel pasaban escasamente de los dos metros y tenían que pegarse con portentosos interiores que los ganaban en peso y estatura. Por eso la FEB lanzó una nueva «operación altura», como la de los tiempos de Fernando Romay, que dio con un chico de 2,19 que esperaba paciente a al autobús en una marquesina de Fuenlabrada. Al igual que con el pívot gallego, Roberto Dueñas tenía serios problemas de coordinación y hubo prácticamente que enseñarle a andar. Su metamorfosis fue realmente increíble. En poco menos de año y medio jugaba una media de unos quince minutos con el Barça de Aíto, ahí es nada, convirtiéndose en uno de los mejores pasadores desde el poste bajo.

 

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Entre bambalinas a la Federación Española de Baloncesto subió un personaje llamado José Luis Sáez, cuya labor en aquellos años cambió por completo el concepto de «formación». Desde la presidencia del organismo federativo impulsó con todo su empeño a las selecciones cadetes, juveniles y alevines, en plena colaboración con los clubes, que muchas veces pedían cita para hacerse con su agenda de nuevas adquisiciones. Paralelamente, fue sentando las bases de un nuevo modelo de captación de recursos a través de los medios de comunicación, las televisiones y los patrocinadores, firmando jugosos contratos e inaugurando las, hasta entonces, inéditas «giras» de la Selección en verano para preparar los torneos internacionales. Todo ese engranaje dependía de que una pieza funcionara en el momento justo y en el lugar adecuado. En el verano de 1999 la generación que ahora a nadie se le ocurre discutir, se plantó en la final del Campeonato del Mundo sub-19, que se celebraba en Lisboa. Dos grandes figuras comandaban aquel equipo: Juan Carlos Navarro, ya de sobra conocido por sus ‘bombas’ en el Barcelona, y Raúl López, canterano del Joventut. Estaban también Felipe Reyes, Berni Rodríguez y Carlos Cabezas, Antonio Bueno y Pau Gasol… todos ellos dirigidos por Charly Sáinz de Aja.

 

Dos líderes pequeños. Rápidos, eléctricos, descarados… algo nunca visto. Raúl se deslizaba como una alimaña de sus marcas; botaba el balón a una altura tan baja que salía del dribbling a una velocidad endiablada. Penetraba con decisión y, si no anotaba, sacaba falta. Pasaba la pelota sin adornarse. Se le caía el talento. Medía sus tiros, como nos gusta en España que hagan los bases, y era muy intenso atrás. Era el capitán de aquel equipo, escuela catalana, de Vic. La final era contra los Estados Unidos y en la charla de scouting ‘Charly’ tuvo la sensación de que el equipo no se lo creía. Por eso se dirigió más tarde a la habitación de Raúl y le transmitió al capitán sus dudas. Éste sonrió y le llevó hasta el armario ropero. Al abrirlo descubrió una colección de puros y botellas de champán preparadas para el día siguiente. Más de 2,3 millones de espectadores se sentaron al televisor para ver el partido. Con un Navarro imperial (25 puntos), bien secundado por Germán Gabriel (18) y el propio Raúl (13), la Selección derrotó a su rival por 94-87. A partir de ahí nada volvió a ser lo mismo.

 

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Las diabluras de López no pasaron desapercibidas para nadie. Los dos grandes de nuestro baloncesto se afilaban los dientes para hacerse con él. No se sabe quién pujó antes, pero sí que pesó cierta tradición. Tal y como pasó con Fernando Martín, que tenía un pre-contrato con La Penya antes de que Raimundo Saporta le echara el lazo, las directivas de Joventut y Real Madrid se fueron a comer, luego pasearon… puede que, incluso se fumaran algún que otro puro, y llegaron a un acuerdo. El base catalán recalaría en el conjunto merengue por una cifra astronómica: 300 millones de pesetas. Era el segundo traspaso más caro de la historia de la ACB, por detrás de Milan Gurovic, que llegó al Barça procedente del Peristeri griego por 500. A las órdenes de Scariolo, compartiendo vestuario con Djordjevic, Herreros, los hermanos Angulo y un jovencísimo Iker Iturbe, el jugador siguió creciendo, haciendo alucinar a la descarriada grada del pabellón de la Ciudad Deportiva. En su primera temporada como profesional con el Joventut promedió más de 3 asistencias por partido; en el Madrid mantuvo su reparto de cartas, añadiendo 7,8 puntos en 20 minutos de juego. A pesar de la eclosión del fenómeno Pau Gasol, que privó su equipo de liga y Copa, Jerry Sloan, entrenador de los Utah Jazz, se fijó en él para sustituir paulatinamente el veterano John Stockton. Raúl López fue elegido en el puesto 24 del Draft de 2001. Ese verano, además, se colgó su primera medalla como profesional con España: el bronce alcanzado en el Eurobasket de Turquía ante la Alemania de Dirk Nowitzki.

 

En la novena jornada de la temporada siguiente, Raúl se rompió el ligamento cruzado de la rodilla derecha en mitad del encuentro. Los peores augurios se confirmaban: seis meses de baja y la más que comprometida marcha a la NBA para el año siguiente se alejaba. A pesar de ello, a base de coraje, capacidad de superación e ilusión por volver, el Saporta volvió a verlo para disputar los play-off por el título. Fueron sólo cinco partidos, pero confirmaron que el catalán había vuelto al ruedo con todo su talento intacto: 10,3 puntos, 5,4 asistencias y 3,8 rebotes en 23 minutos de promedio. En un amistoso estival, preparatorio para el Mundial de Indianápolis frente a Rusia, su rodilla izquierda hizo ‘crack’. López acababa de firmar por Utah. Iba a compartir vestuario con Stockton y Malone, con Jeff Hornacek y Jerry Sloan. Todo volvió a oscurecerse. Tanto él como los que le vimos jugar pensamos, ¿pero qué ha hecho este chico para merecer esto? Nunca obtuvimos respuesta. Sin embargo, la apuesta de los Jazz iba en serio. La franquicia no rehusó el fichaje y el base se trasladó a Salt Lake City para continuar con su recuperación. Seis meses después debutó con el ’24’ a la espalda, en casa, frente a los Portland Trail Blazers. Fueron sólo seis minutos, pero aquel pequeño paso fue esencial para olvidar todo un verdadero calvario.

 

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En la 2003/2004, Raúl López jugó 82 partidos, alternando con el puertorriqueño Carlos Arroyo la posición de play-maker. Stockton ya se había retirado, de modo que tuvo margen suficiente para ir creciendo en la rotación de los Jazz. Sus números confirmaron su buen momento: 7 puntos, 3,9 asistencias y 2 rebotes en 19 minutos, con un estupendo 87% de acierto en tiros libres. El curso siguiente todo pintaba miel sobre hojuelas. Sus estadísticas mejoraron ostensiblemente (se fue a casi un 45% de acierto en triples, promediando 4 asistencias y 2 robos), pero su rodilla volvió a resentirse y tan sólo pudo disputar 31 encuentros. Más adelante, formó parte de un faraónico traspaso, recayendo sus derechos en Memphis Grizzlies. Hubo rumores de que tanto él como Gasol podían ser compañeros al año siguiente, pero Raúl decidió regresar. El rimo competitivo de la NBA podría hacer que su lesión fuera todavía más recurrente. En plena burbuja inmobiliaria, la promotora de viviendas ‘Akasvayu’ compró el CB Girona y montó un súperequipo para la temporada que se avecinaba. Arriel McDonald, Fernando San Emeterio, Gregor Fucka, Salenga, Germán Gabriel, Federico Kammerichs, Fran Vázquez… y la guinda que vendría más adelante: Marc Gasol, desterrado del Barcelona por sobrepeso.

 

Dos temporadas en los que su club rozó liga y Copa. Un proyecto carísimo que, en aquel momento, nadie vio como sospechoso, pero que fue montado en realidad para blanquear dinero del negocio inmobiliario. Poco después el inversor huyó y el club se fue a pique, dando al traste con una de las instituciones con mayor historia dentro de nuestro baloncesto. Con el dinero se fue también Raúl, que aceptó el tiro al aire que suponía el proyecto de Joan Plaza al frente del Real Madrid. En su primera temporada fue campeón de ACB y Copa ULEB, uniéndose a un equipo camaleónico que recuperó las esencias del juego alegre que siempre caracterizó a los merengues. El tándem con Kerem Tunçeri funcionaba a la perfección. El turco ponía la pausa y la ortodoxia; López la fantasía y la velocidad. El segundo año parecía el de el asalto a la élite europea, pero el Madrid erró con el fichaje de Lazaros Papadopoulos y se desintegró como un azucarillo en los play-off. Fue la primera vez en la historia de la ACB que el campeón de la liga regular era eliminado en primera ronda de las eliminatorias por el título, después de firmar un estupendo balance de 29-5. Entretanto, participó en el estupendo equipo que ganó la plata olímpica en Pekín 2008 y el oro europeo en Polonia 2009, verano clave para su carrera, pues junto a Garbajosa y Cabezas decidió marchar a Moscú para formar parte del Khimki ruso, de nuevo a las órdenes de Scariolo.

 

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Sus últimos años los desarrolló en Bilbao, un equipo que se ganó el respeto de propios y extraños de recién ascendido a dejar al Madrid de Laso fuera de la Euroliga en 2012, en la ronda de grupos. Con Hervelle, Mumbrú, Vassileadis, Salgado y compañía puso el broche competitivo a una carrera que pudo ser mucho más, pero que fue, sin duda, un ejemplo de superación, autoestima y trabajo día a día. Nació con un talento innato. Regaló partidos célebres. Fue capitán, líder y uno de los mejores pasadores de la historia de nuestro baloncesto. Los entendidos le sitúan por encima de Calderón, Chacho y Ricky. El propio Juan Antonio Corbalán no duda en definirlo como «el mejor base que hemos tenido nunca». Mejor elogio no puede haber. Con todo y con eso, y a pesar de la mala suerte… o incluso contando con ella, su ejemplo es el que todos quisimos dar. Así que, muchas gracias Raúl.

 

 

Acerca de albertthethin

Como siempre me hacen falta caracteres para expresar mis inquietudes vitales os invito a este espacio de reflexión, humor (a veces) y libertad.
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